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miércoles, 28 de mayo de 2014

   “No hay peor censura que la autocensura” cuando la censura proviene desde lo íntimo de la persona, ésta se ubica muy próxima de la invalidez y a la incapacidad absoluta.

     Pensar es lo que más hacemos en la vida, lo hacemos siempre en la vigilia y lo hacemos por momentos en el sueño, en esta última situación lo hacemos de una manera abiertamente distorsionada, pero sin consecuencias graves.
               
    Las creencias arraigadas son verdaderos motores que inspiran y mueven nuestra vida cotidiana. El pensamiento visto de esta manera (como pensamiento irracional), es un enemigo que vive dentro de nosotros, invadiendo nuestra mente, sin lo que hayamos reconocido  y sin que nos alertemos de su capacidad destructiva.
               
    “Una vez que las creencias se organizan en la memoria las defendemos a muerte, no importa cuál sea su contenido.  Quizás esta es la base de la irracionalidad humana”.
              
     Por ser la materia prima sobre la que está constituida la vida mental, las creencias irracionales son difíciles de reconocer. Es mucho más sencillo señalar cualquier movimiento corporal y corregirlo cuando no se adapta al fin que pretendemos.
               
    ¿Cuál es el termostato que regula la irracionalidad del pensamiento para conducirlo por cauces adaptativos y para prevenir sus daños? ¿Quién nos advierte si el procesamiento permanente que hacemos de la información externa e interna es correcto o distorsionado?
            
  Las creencias que nos molestan difícilmente las desechamos o las trasformamos; tal vez porque ellas no tienen la capacidad de retroalimentación permanente  (feedback);   que solo es posible alcanzar si conseguimos la metacognición: “pensar sobre lo que pensamos”.
               
   Esta propuesta nos permite descubrir el autoengaño al que estamos familiarizados, y cuando y como hacemos uso de la economía cognoscitiva, intentando que la realidad se adecúe a nuestros pensamientos por irracionales que sean. Además, nos ayuda a reconocer el miedo a cambiar que siempre está presente y nos lleva a evitar negar los hechos del mundo real, prepárate para lo mejor subconscientemente, aunque tu razonamiento te esté condicionando para lo peor.
               
      La mente humana tiene una doble potencialidad. En ella habitan el bien y el mal, la locura y la cordura, la compasión y la impiedad. La mente puede crear la más deslumbrante  belleza o la más devastadora destrucción, puede ser la causante de los actos más nobles y altruista o responsable del egoísmo más infame. La mente puede dignificar o degradar, amar u odiar, alegrarse o deprimirse, salvar o matar, soñar hasta el cansancio o desanimarse hasta el suicidio.

    ¿Qué hacer entonces? Conseguir que la mente se mire a sí misma, sin tapujos ni autoengaños, para que descubra lo absurdo, lo inútil y/o lo peligroso de su manera de funcionar. Que se sorprenda de su propia estupidez. Para cambiar, la mente debe hacer tres cosas:

a)      dejar de mentirse a sí misma (realismo).
b)      Aprender a perder (humildad).  
c)       Aprender a discriminar cuándo se justifica actuar y cuándo no (sabiduría).


Realismo, humildad y sabiduría los tres pilares de la revolución psicológica. 

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